¿Por qué la radio?
FALTAMOS EN LA RADIO 2020 se produce en el año en que la radio cumple su primer centenario: fue el 27 de agosto de 1920 cuando se realizó la primera transmisión desde el Teatro Coliseo de Buenos Aires. Nos hablan de los “locos de la azotea” y nosotras no dejamos de preguntarnos sobre las “locas”: que las hay, las hay.
Según la última encuesta de consumos culturales de la Secretaría de Cultura de la Nación (2017), el 70% de la población nacional escucha radio con una frecuencia promedio de entre 3 y 4 horas diarias. Respecto del comportamiento de la escucha de radio, este trabajo realizado por el Sistema de Información Cultural de la Argentina (Sinca) indica que “por edad también muestra diferencias en cuanto a las preferencias de programación: el 47% de los radioescuchas elige programas musicales (para los más jóvenes, escuchar radio equivale a escuchar música) y las emisiones informativas comienzan a ganar terreno a partir de los 30 años”. Contra todos los pronósticos, la radio sigue siendo un medio de comunicación con altos índices de penetración y consumo en nuestro país. Esto la vuelve un actor fundamental para comprender cómo y a través de qué mecanismos, se construye el sentido social.
Al hablar de la forma en que construimos este informe, no podemos dejar de mencionar que se realizó cuando en la Argentina el país se dividía provincias y ciudades con diversas fases de administración del Asilamiento Social, Preventivo y Obligatorio.
Esta situación inédita tiene un impacto, también, en los consumos mediáticos: Un reciente informe elaborado por la Cámara Argentina de Radios Online (CADERO) revela un incremento en el consumo de contenidos a través de las Radios Online Nativas (RON) y de la Producción de Contenidos Bajo Demanda (Podcast). La tasa promedio de descarga de programas radiofónicos por demanda y podcast registró en este periodo un incremento del 65%.
No estar al aire vulnera nuestros derechos y los de las audiencias
La ausencia de nuestras voces en los medios no es inocua, sino que daña uno de los aspectos fundamentales de la vida democrática: la libertad de expresión.
En nuestro país, el ejercicio de este derecho humano fundamental está garantizado a partir de la inclusión de tratados internacionales y regionales que lo describen como “la libertad de buscar, recibir y difundir informaciones e ideas de toda índole, sin consideración de fronteras, ya sea oralmente, por escrito o en forma impresa o artística, o por cualquier otro procedimiento de su elección”. El artículo 13 de la Convención Americana de Derechos Humanos -texto al cual nos estamos refiriendo- también señala que el ejercicio de este derecho “no se puede restringir por vías o medios indirectos, tales como el abuso de controles oficiales o particulares de papel para periódicos, de frecuencias radioeléctricas, o de enseres y aparatos usados en la difusión de información o por cualesquiera otros medios
encaminados a impedir la comunicación y la circulación de ideas y opiniones”.
¿Cómo podemos leer, entonces, la exclusión de mujeres, lesbianas, personas trans y
travestis de los programas de mayor audiencia, desde la perspectiva de los Derechos
Humanos? ¿De qué modo deberíamos interpretar la composición eminentemente masculina de los puestos directivos de los medios, siguiendo con este razonamiento?
La primera vez que se plasma de forma relevante esta problemática (la intersección entre Derecho a la Comunicación y participación de las mujeres) para su atención por parte de los Estados, es en el la IV Conferencia Mundial de la Mujer de Beijing, en 1995, aunque ya la comunicación había estado presente como tema desde la primera Conferencia de la Mujer organizada por Naciones Unidas, en 1975. El Capítulo J de la Plataforma de Acción de Beijing estableció dos objetivos estratégicos en vistas a acortar la brecha de género en los medios: la mejora del acceso de las mujeres a las empresas y organizaciones mediáticas y la ocupación de cargos directivos en los cuales están ostensiblemente ausentes; y, por otra parte, el fomento de una imagen no estereotipada de las mujeres. Para alcanzar estos objetivos, se determinaron responsabilidades tanto para los gobiernos como para las empresas, las organizaciones de la sociedad civil, las organizaciones profesionales y las agencias internacionales de cooperación.
Habiendo pasado 25 años de aquella conferencia, notamos que los mecanismos para silenciar nuestras voces siguen vigentes: techos y paredes de cristal, que acortan y empobrecen nuestras trayectorias profesionales en el medio, y violencias explícitas basadas en género (desde agresiones sexuales contra integrantes de los equipos hasta humillaciones al aire, reproduciendo en el plano de la comunicación las
relaciones de poder entre los géneros).
Pero no solo este escenario afecta nuestro derecho a la comunicación y a la libertad de expresión en el seno de una sociedad democrática, lo que venimos describiendo también cercena el derecho de las audiencias: no existe un sistema de radiodifusión con contenidos plurales, que exprese la diversidad de ideas y opiniones, si quedan por fuera las mujeres, lesbianas, personas trans y travestis.